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ELJUEGO DE LA CÉDULA

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JUEGO DE LA CÉDULA DE TALLER SURREALISTA de ESCRITORES CREATIVOS / DICIEMBRE 2021

Basado en “El juego del documento de analogía” del grupo surrealista de Madrid, que a su vez está inspirado en “El juego de la tarjeta de analogía” publicado en “" Le Surréalisme, même 5”

Publicado desde octubre de 1956 hasta la primavera de 1959 por el librero Jean-Jacques Pauvert, " Le Surréalisme, même " fue una importante revista surrealista de la posguerra.

En él, André Breton buscó dar un nuevo impulso al surrealismo y reunió a diferentes generaciones de surrealistas o trabajó con artistas cercanos al movimiento (Pierre Molinier , conocido por su fotomontaje, hizo la portada del segundo número). Los prestigiosos colaboradores de la revista incluyeron:  Joyce Mansour ,  Man Ray ,  Leonora Carrington ,  Marcel Duchamp ,  Hans Bellmer ,  Pierre Molinier ,  Jean Schuster y muchos más.  " Le Surréalisme, même " se canceló después de 5 números.

Este juego versa sobre la identidad, el automatismo y la analogía y está inspirado en los juegos de los surrealistas publicados en revistas de posguerra.

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ADRIANA POZNER

 

Me presento: Mi nombre es Esmeralda Tortuga. Mi padre es Hércules y mi madre Jazmín.

Nací un 7 de marzo de 1948 en Bahía. Ahora elegí para vivir Bahía Manzano, en el sur argentino. Aquí disfruto los eclipses de luna, luego de ellos viene la tormenta.

Es muy bello contemplar el Nahuel Huapi, el hermoso lago frente al que vivo, acompañado de Alef, mi perro.

El cuadro que me acompaña desde niño es el Arlequín de Carnaval, de Joan Miró, El conoce todos mis secretos: otro día se los cuento.

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ALVARO BONANATA

 

Belle de jour

Al amanecer, los maniquíes de alambre del Blue Parrot barren cansinamente los pisos, juntando botellas y vasos rotos, ojos de vidrio, pipas de opio y restos de comida, con sus plumeros de tigre juntan el humo del ambiente haciendo un gran ovillo gris perlado que depositan en la cigarrera, con pintura especular restauran el brillo de cristales y espejos, recargan las luces rojas y azules con los respectivos bidones, y desenredan la montaña de música que yace a los pies de la rocola: la resaca de otra noche espléndida de Marilyn Monroe.

El cabaret estuvo a tope, lleno de marineros mercantes, de habitantes oscuros de las cavernas, de delgados pobladores de las nubes y de hombres cetáceos del Atlántico Sur, que fueron a ver el número del Ángel Azul, y que corearon abrazados y llorando Lili Marleen.

 

            Frente al cuartel, delante del portón…

            Había una farola, y aún se encuentra allí…

            Allí volveremos a encontrarnos…

            Bajo la farola estaremos…

            Como antes Lili Marleen…

 

Tras la canción Marilyn Monroe bajó del escenario y coqueteó con todos los parroquianos. Se les sentaba en la falda o en la aleta dorsal, les daba piquitos, se reía a carcajadas mientras le tocaban el culo.

Al final un hombre pulpo le puso billetes en el escote con cada uno de sus tentáculos, momento que Marilyn eligió para desaparecer: una explosión, chispas de colores, una nube de humo de marihuana y una canción triste que se apagaba.

Al cierre del cabaret, después de un breve descanso, Marilyn se desmaquilló, se cambió los brazos, se quitó la chaqueta de piel de voluptuosos senos y pezones rosados, cambiándola por la de hombre musculoso curtido por la sal y el sol, volvió a su ropa masculina, retornó a ser Topacio.

Un desayuno de café con leche y morcillas calientes y se fue al puerto a trabajar como estibador.

Nadie sabe que ese obrero duro y curtido de noche es Marilyn Monroe, la vedete más famosa de Fernando de Noronha, la rubia espectacular por la que los marinos de todo el mundo terrestre, aéreo y marino suspiran, la que cada vez que actúa recibe ofertas de dinero y propuestas de matrimonio, la diva por la que el capitán de un carguero noruego se quitó la vida, y un hombre camarón y un esquimal pelearon a muerte en un duelo a cuchillo. Dalia y Supernova protegen la identidad secreta de su hijo. Atrás había quedado la miseria padecida en la niñez en los barrios bajos de Marsella y ahora era solo el retrogusto de un vino malo picado. Una vez casi lo descubren, un día que por un descuido fue a trabajar con los labios pintados de rojo carmesí, había suplantado su rostro, pero no sus labios. Lo miraron raro. Por suerte pare él hacía frío y adujo tener los labios paspados.

Al llegar al puerto los compañeros le preguntaron si había ido al Blue Parrot, si había visto al Ángel Azul.

            – ¡Por supuesto! –contestó–. Estaba en una mesa a la izquierda del escenario tomando cerveza y comiendo calamares y patatas bravas. ¡Miren! ¡La última canción de Marilyn me hizo este tatuaje! –dijo abriéndose la camisa y mostrando el hombro derecho con un tatuaje de Marlene Dietrich.

Los hombres suspiraron.

            – ¡Daría mi brazo izquierdo por una noche con Marilyn! –dijo Iván.

            – Que yo sepa, nadie ha conocido su cama –contestó el Pardo.

Después fueron a descargar a un barco ruso y consiguieron vodka, tarros de caviar Beluga y los famosos cigarrillos de tabaco negro que mataron más rusos que Stalin. El capitán quería venderles gorras hechas con animales vivos, castores, martas y armiños.

            – Tienen que alimentar a las gorras todos los días –dijo el capitán–. Tienen que tener siempre agua fresca. Mientras no las usan en la cabeza son excelentes mascotas.

            – No va a vender muchas de esas gorras aquí, capitán, hace demasiado calor, además preferimos las iguanas como mascotas –contestó Topacio.

Al final de la jornada, el alcalde apagó el sol y encendió la luna. Los trabajadores dejaron sus tareas y se refugiaron en los bares o en sus conchas marinas.

Antes de despedirse, surgió que el Yonnie se casaba con una sirena y que le iban a hacer la despedida en el Blue Parrot y, si lo lograban, iban a pagarle una noche de amor con Marilyn Monroe.

Topacio emprendió preocupado el regreso a su casa, preguntándose cómo iba a proteger su secreto.

Accidentalmente pisó un drenaje y se fue por las cañerías, donde se cruzó con los plomeros que volvían de trabajar.

El desagüe lo dejó a un par de cuadras del cabaret.

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DIEGO V. SANTURIÓN

 

Barracuda es un pequeño asentamiento ubicado en los confines del segundo planeta de la galaxia NGC 77B. Un pueblo enclavado en el agua, en el que las humildes viviendas de madera se levantan sobre pilotes, entre tortugas, reptiles, lodo, algas y peces luminiscentes. Una ciénaga de aproximadamente mil kilómetros cuadrados y no más de cuatro mil habitantes.

Se encuentra poblado por pescadores y pequeños comerciantes que viven de vender su pesca a las ciudades vecinas.

Allí nació Polifemo Zafiro Granizo, un enano arisco y deforme, que ya de niño mostró su pésimo carácter. Como si sus maltrechas capacidades físicas fuesen el reflejo de su alma impura.
La madrugada del 12 de abril de 1961, antes de las primeras luces del alba, el cielo de Barracuda se iluminó por completo. Fue aquella la mayor lluvia de meteoritos de la que el pueblo guarda memoria. Perseidas, la bella hija de Perseo el isleño, tomó el firmamento llevando consigo miles de cuerpos incandescentes que surcaron el cielo en veloz caída, creando estelas azuladas que parecían zambullirse en el espejo de agua de la ciénaga.
Como tantas otras veces, Perseidas hizo su paso triunfal. Pero aquel año, su majestuosidad causó el asombro hasta del los más veteranos. 
   —¡Augurios de buena pesca! —gritaban con algarabía los viejos pescadores; y el optimismo se contagió de tal forma que el alcalde decretó una semana festiva en honor a la diosa.
Pero ella no era una diosa y, a pesar de las ofrendas, la pesca fue tan mala como siempre. Sin embargo, en su paso por el pueblo, su leche azul fecundó un Arazá solitario y añejo, que hacía siglos resistía sobre uno de los terraplenes artificiales cercanos al centro.
De aquella unión, en un fruto del Arazá, surgió Polifemo. 
Nació con ciento veinte años y en unos meses pasó el milenio. Tenía la ceja derecha caída sobre un ojo que jamás abrió, una nariz con la forma y el tamaño de un boñato, la boca torcida hacia un lado con la comisura de los labios exageradamente extensas, y el pelo crespo y duro, del color del zafiro. Era evidente que de la majestuosidad de su madre no había rastros en todo su cuerpo. De su padre, en cambio, sacó las ramas deformes y nudosas.
Caminaba arrastrando una pierna y torciendo el tronco hacia un lado. A pesar de su tamaño, era robusto y ágil. 
Solía robarse el pescado que iba a ser transportado a la gran ciudad. No lo hacía en grandes cantidades, pero sí se quedaba con las mejores piezas. Las devoraba crudas, al costado de las barcazas, trozándolas con sus dientes triangulares como sierras.
Luego, escapaba nadando a gran velocidad. Rara vez utilizaba barcazas o canoas, prefería nadar la ciénaga para poder escabullirse en cualquier momento y hacia cualquier lugar.
También robaba cabras y gallinas de los corrales flotantes que a sus dueños tanto costaba mantener.
Por tales fechorías, y por no ser capaz de reprimir sus instintos sexuales, había sido expulsado del poblado, viéndose obligado a vivir en la periferia, en medio de la zona de caimanes.
Polifemo no era feliz. Su madre jamás se interesó en conocerlo, y las pocas veces que pasaba por el pueblo lo ignoraba con total conciencia. Dicen las hechiceras de Barracuda, que Perseidas estaba tan avergonzada de aquella terrible criatura nacida de su leche, que prefería verlo muerto antes de reconocerlo como su hijo.
Arazá, el padre, por su parte; no hacía más que lamentar el destino de su hijo dando unos frutos secos y agrios, que se desprendían de sus ramas y quedaban flotando en las aguas turbias de la ciénaga. Polifemo, cuando las aguas estaban calmas y su padre dormía en el terraplén, recogía los frutos que flotaban, se sentaba a los pies del Arazá, y bajo la luz de las tres lunas, comía aquellas bayas amarillas y desabridas, con la secreta esperanza de acercarse a su padre. Luego, se tumbaba boca arriba y auscultaba el cielo nocturno en busca del rastro azul de su madre, hasta quedarse dormido.
Una noche, soñó que lo desterraban a la Tierra. Allí, luego de viajar en tren durante días, se asentó en una cabaña en los Montes Urales. El fuego del hogar calentaba el pequeño refugio, mientras él rebanaba negra carne de ciervo.
   —¡Abre la puerta! —exclamó un viejo monje que profesaba el ocultismo. Y su voz sonó en la cabeza de Polifemo antes de que el anciano tocara la puerta.
Ya sentados en la mesa, compartieron ciervo y aguardiente. El monje, que tenía dos negras cicatrices de quemadura en el lugar de los ojos, pero que era capaz de ver con el pensamiento; tomó un trago y le recordó que estaban soñando.
Entonces, Polifemo soñó que tenía diez hijos, todos deformes como él, e igual de crueles. Sintió lástima por ellos al saber que también habían sido desterrados por orden de Perseidas. Pero enseguida hizo a un lado la pena cuando el monje le reveló que uno de ellos habría de matarlo.
Sin dudarlo, nadó hasta Saturno, atrapó a sus hijos que flotaban sobre el agua verde, y se tumbó de cara al cielo para devorárselos uno a uno. Los trozaba con sus dientes triangulares como sierras. Su sabor era agrio y seco, como los frutos del Arazá.
Luego escapó de los guardianes de Saturno, nadando con la agilidad grotesca de un antiguo animal marino.
Amanecía en el universo y Polifemo se dejaba llevar por las aguas de su sueño. Entonces oyó a sus padres discutir.

Se lamentaban de que él siguiera en Saturno devorando a sus hijos.
Su madre se quejaba de la extrema fealdad de su hijo, y cargaba contra Arazá, culpándolo por las múltiples deformidades.

Su padre, resignado, hacia gemir sus hojas en el viento, mientras sostenía una carta que él mismo les había enviado, antes de sentarse en la mesa con el monje ciego. Una carta donde les contaba de su terrible y contagiosa enfermedad, y que firmaba en bilis como Biohazard.
Perseidas, su madre, no daba crédito de nada, ni siquiera de aquella lejana madrugada de abril en la que se derramó completa sobre el cielo de Barracuda.
Entonces Polifemo quiso tomarla del cuello, pero no hizo más que voltear la botella de agua ardiente sobre la carne de ciervo y despertar.
Aturdido, sintió la humedad pegajosa del terraplén y el tufo del lodazal. Era noche plena y seguía tumbado de cara al cielo.

Un fulgor anaranjado lo obligó a aclarar la visión. Un calor repentino lo terminó de espabilar. Allí lo vio, su padre ardía ante sus ojos, calcinado por el fuego azul de Perseidas. Las hojas se desintegraban incandescentes y el tronco se quebraba en un polvo blanco que el viento dispersaba.
Polifemo, aterrorizado, no pudo más que zambullirse y escapar a nado bajo las aguas turbias de la ciénaga. Mientras, a su espalda, ardían azules las casas de Barracuda.

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GUSTAVO OXEHUFWUD

 

Un dios de Peluche que no se sabe ni cuando nació. Como todos los dioses no para de engendrar hijos mal nacidos.

Atravesado por la soberbia su estado civil no puede ser otro que el de arritmia constante, por los apasionamientos desbordantes con que se justifica cualquier patriarca o por el miedo a ser sicariado por algún ángel sin alas.

Dios pedófilo que mira a sus hijos desde arriba, nacido en la Erección que habita la Desidia, dios que ya no visita la casa de su padre Botnia-Upm, hedionda, nauseabunda, un caño que evacúa heces de su linaje.

Luciérnaga su madre, desterrada a los días de su nacimiento. Asimilada a prostituta por las lenguas viboirales femicidas, que reproducen lo que sus hijos han aprendido durante toda la existencia, no aceptar un NO.

Dioses cultores del ombligo,

hombres que no olvidan dioses,

dioses que sangran a escondidas,

hombres que se aferran a sus ídolos,

dioses que somatizan en imágenes

el osario de cárcel carnal, sin el que cualquier dios ya estaría extinguido.

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XIMENA R. MOLINARI

 

En la ciudad de Relieve, ubicada en la antigua República de Gato, la princesa Gorgona Amatista transitaba las calles del pueblo con la tranquilidad que la caracterizaba, su andar lento y elegante llamaba a atención de transeúntes y vendedores ambulantes. Algunos solo la observaban, pero los más osados se le acercaban para transmitirle sendas quejas por las severas leyes que su padre, el rey Huracán, imponía con respecto no sólo a normas de convivencia sino de comercio y otros negocios. Algunos de los castigos aplicados por no respetar las reglas le habían parecido terriblemente violentos a la princesa.  

          Al regresar al castillo, Gorgona confrontó a su padre, pero este no le prestó ninguna atención a su hija. La princesa se había ido a dormir pensando en exhortar al pueblo a revelarse contra de tales maltratos, ella sabía que su padre no podría castigar a todos los habitantes de la República de Gato, al fin de cuentas ¿cómo podría mantenerse un reinado sin súbditos? No iba a tener más remedio que reblandecer las penas.

            Al día siguiente, durante las horas de la tarde, un gran número de personas, con ánimo de rebelión, se estableció a las afueras del castillo, parecían dispuestos a tomar el palacio real. El rey Huracán, que no tenía intenciones de dar el brazo a torcer, se negó a negociar, no quiso establecer un diálogo con su pueblo, enceguecido de odio por la insubordinación envió a la guardia real, les ordenó capturar a todos los insurrectos que pudieran para llevarlos a los calabozos. Los guardias masacraron a muchos en las puertas del palacio, otros lograron huir y tres desgraciados vestidos con túnicas y máscaras que cubrían sus ojos y narices, fueron arrinconados, frente a las miradas de horror de los habitantes y de deleite del rey, los guardias le apuntaron los brazos a uno, las piernas a otro y la lengua al tercero, luego los golpearon y rociaron con resina, uno de los guardias aprontó la antorcha para derribarla sobre los desgraciados.

            El rey proclamó que nadie jamás podría desafiar a la autoridad y de hacerlo, sin importar de quién se tratase, sería castigado sin piedad. Uno de los rebeldes le preguntó ¿ni siquiera tratándose de su propia hija?, y en ese instante el guardia dejó caer la antorcha. Un rey que le corta la lengua y asesina a su propia hija no merece respeto, gritó un atónito espectador y todos los habitantes se lanzaron sobre el rey y sus guardias. Tiempo después las personas paseaban alegremente por la democrática sociedad de la Gorgona.

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MÓNICA MARCHESKY

Aquel 11 de setiembre, la tierra se abrió en Archipiélago, localidad de Pantera. Sus padres Equinoccio y Anthurium la arrojaron al precipicio. Aquella criatura mitad blanca, mitad manchada, con ojos de distintos colores: uno amarillo y otro verde y cabellos rojos, solo podía ser castigo de los dioses.

Así como salió del útero, la arrojaron desde un acantilado.

Los seres pantera con tres cabezas de aves plumíferas, formaron una masa devorando a los desgraciados Equinoccio y Anthurium.

Sus cuerpos de piedra se unieron a las rocas susurrantes, manteniéndose vivos por siempre. Ninfa fue arrastrada por las olas durante mucho tiempo, así pasó a ser una mujer y encalló en una cueva.

En la cueva vivía un guerrero cabeza de águila que había domesticado unas alas y aquella criatura le cayó del cielo. Ninfa pronto se dio cuenta que podía ver en la noche, pero ansiaba volar y el guerrero necesitaba visión para cazar. Le contó que mientras era arrastrada, pasó por mundos elípticos, grotescos, profundos y solitarios. La soledad y el silencio solo eran rotos por estatuas amorfas, sin cabezas, sin brazos a veces eran solo manos en la llanura.

Pantera era un lugar inhóspito y lúgubre. Los insectos mutantes se devoraban emitiendo sonidos de luz. Se alimentaban de libélulas transparentes, que, dejando sus huevos, eran regurgitadas como molinetes de colores. En un arrebato de locura, ambos se abalanzaron uno contra otro y se arrancaron los ojos, intercambiándoselos. Ninfa, en un descuido del guerrero, le robó las alas que graznaron como patos y se las colocó, escapando hacia la nada. La noche eterna comenzó a derramarse sobre las piedras y la tierra yerma como un líquido maloliente. A poco de emprender el vuelo, el líquido de la noche, humedeció sus soberbias vanidades, transformándolas en un peso chorreante.

Se precipitó hacia la enorme roca roja Uluru- Kata Tjuta, en medio del desierto y esperó a que la noche eterna se alejara. Un grito se oyó durante milenios, hasta que por fin la oscuridad la estranguló. Su cuerpo fue banquete de tres seres espiga que succionaron su carne y ataron su esqueleto con hilos de sal. En el instante en que las alas regresaron al guerrero, el líquido negro comenzó a retirarse de Archipiélago, localidad de Pantera.

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