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BARRIO
 
Celina Galeano, Chaco - Argentina. 
 
El despertador estalla en la oscuridad. El reloj ocupaba la pared. Las agujas eran dos brazos sujetos por un codo que terminaba en dos manos, el dedo índice marcaba las horas y el meñique los minutos. En lugar de números, ojos abiertos y fosforescentes para las horas y rojos para los minutos. Doce ojos iluminaron la oscuridad de la habitación. Buen día se dijo y se levantó de un salto. Miró el reloj que volvió a sonar. Buen día se repitió. Se acercó a su cama y tiró de una cuerda verde, el techo de la habitación se corrió como una cortina. A raudales entró una luz blanca del cielo azul cruzada por bandadas de aves multicolores. Suspiró feliz. Bailando fue hasta el baño, se metió bajo la ducha tibia, recorrió su cuerpo musculoso con un jabón perfumado. Se llenó de espuma y de placer. Luego se vistió, impecable, frene al gran espejo observó las rayas del pantalón que caían perfectas sobre el brillo de los zapatos. Satisfecho de su pinta fue a la cocina, puso a calentar agua para el té sobre un fuego increíblemente azul. Abrió la pesada puerta del aparador donde colgaban grandes tazas en perfecta hilera. Tazas blancas con bases pequeñas y rosadas como pezones. Estaba contento ¡Estoy contento! Gritó y comenzó a jugar con ellas, con el dedo la rozaba una por una. ¡Me quiere mucho poquito y nada, me quiere mucho poquito y nada! Descolgó una taza, le dio un largo beso, la frotó contra su pecho, la posó sobre el mantel rojo y lentamente derramó el té en ella. Con las dos manos se llevó la taza a los labios, antes de beber pasó la lengua sobre los bordes redondeados, cerrando los ojos suspiró inundado de placer. ¡Ah! ¡Ah! Exclamaba en cada sorbito. El despertador agitó sus manos. En un segundo su regocijo y la taza estallaron en estrellas blancas. Se levantó de un salto, se limpió la boca babeada. Con el mantel trató de borrar el deseo, se enredó en él, se quedó inmóvil envuelto en la extraña capa. Abrió los brazos, dio media vuelta y salió. Llegó a la parada del colectivo. La calle estaba desierta, oscura. Pasó uno, después otro. Hizo señas desesperadas. Llegaré tarde se dijo. No paraba ninguno. Todos tenían un número que no alcanzaba a ver. Hacía fuerza con los ojos, con el cuerpo, con todo, una fuerza desesperada e inútil, no alcanzaba a ver. de pronto los colectivos tenían en lugar de números, ojos fosforescentes, enormes, brillantes y estridentes. Entonces corrió, corrió como loco a grandes pasos, a grandes saltos. Cada vez más aturdido gritó ¡Ya voy!, ¡ya voy! Abrió su único ojo, movió la cabeza golpeándose de un lado a otro ¡Ya voy!, ¡ya voy! Volvió a gritar. El techo de chapa estaba allí sobre él goteando como todas las mañanas, tac, tac, tac, sobre los diarios acomodados arriba de la frazada. Al treparse a la silla de ruedas, se dio cuenta que estaba mojado. Jadeando llegó a la puerta, levantó el trapo que la cubría con el muñón derecho. ¡Hoy no voy! Hoy no salgo sollozó. La ambulancia dio la vuelta en la calle embarrada. El sol había salido ya.
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